LA JUSTICIERA ESCARLATA 7 by lindareyes127@hotmail.com La Justiciera se impone con la potencia de sus bíceps. "El Recio y Fuerte Brazo de la Justiciera " Era un domingo en la mañana, cálido y asoleado, cuando desmontó de su magnífico alazán la hermosa y muy temida Justiciera Escarlata. Iba la bella muchacha de buen talante y de inmediato se dirigió al bar del pueblo, con la intención de tomarse unas cuantas cervezas. Vestía la Justiciera unos pantalones negros sumamente ajustados que marcaban a la perfección sus muy bien formadas piernas, sus esculturales caderas y su espectacular trasero. Como siempre, portaba la chica abrazando sus caderas un magnífico cinturón canana del cual pendía el legendario Colt 44 cacha de nácar. Su estrecha cintura la ceñía un cinturón de cuero negro con cuadrada hebilla plateada; y sobre la mitad superior de su cuerpo monumental llevaba la guapa aventurera ese día de agradable temperatura una muy ceñida blusa sin mangas, de color rojo escarlata, atrevidamente entreabierta y casi reventándose bajo el empuje de los senos firmes y erectos de la Justiciera. Sus brazos, al descubierto, lucían bronceados y musculosos: y quienes la veían comprendían ahora de dónde provenía la fortaleza y reciedumbre de sus temibles puños. Llevaba la curvilínea enmascarada su hermoso pelo largo y negro recogido en "cola de caballo" con una cinta roja, luciendo en sus orejas unos llamativos aros de plata y adornando su linda cara con un "rouge" al rojo vivo sobre sus jugosos labios y un esmerado maquillaje alrededor de sus ojazos moros, bajo el muy respetado antifaz escarlata. Así entró al establecimiento la espectacular mujer del antifaz escarlata y de los puños de acero. Muchos le temían, otros sinceramente la apreciaban; todos la admiraban y respetaban. Por eso -y a pesar de lo atrevido y sensual de su vestimenta- nadie la provocaba; al menos entre quienes la conocían, ya fuera personalmente o por sus hazañas. Pero ese día había en el bar un forastero de tierras lejanas quien no la conocía: Era un hombre muy alto y fornido, seguramente un montañés proveniente del Este. Se trataba de un bravucón, quien al verla, socarronamente le gritó a la bella y brava joven: -"¡¡Acércate aquí, muñeca!! ¿Por qué la pistola y el antifaz? ¿Acaso eres una asaltante?" La Justiciera se fue acercando tranquilamente a la mesa donde estaba el gigante provocador, ondulando sus exquisitas curvas. Se produjo un silencio total, pues todos pensaron que habría camorra -y de las buenas-, sabiendo lo valiente y decidida que era la muchacha. La expectativa aumentó cuando el hombre prosiguió vociferando: -"Esta noche te acuestas conmigo, ya que en este pueblo parece que no hay hombres..." La indomable y escultural aventurera respingó ante el insulto; pero -repetimos- ese día estaba ella de buen talante y, a diferencia de otras ocasiones, la bellísima y valerosa chica prefirió evitar la pelea. Más bien respondió, conciliadora aunque firme: -"Lo de que me acostaré contigo está por verse. Pero,...¿Por qué dices que aquí no hay hombres? Yo creo todo lo contrario." -"Pues, ya he vencido a pulso a los cuatro o cinco que se me han puesto por delante y no hay nadie más que quiera enfrentárseme." Fue entonces cuando se disparó el asombro de los presentes -quienes seguían atentamente el intercambio de palabras entre el forzudo y la enmascarada- cuando, en un gesto muy suyo de audacia e intrepidez, dijo la valiente y escultural mujer: -"No pienso que eso de ser bueno en pulso sea una demostración de hombría; pero si lo que quieres es contrincantes, ¡aquí me tienes a mí!" Dicho lo cual, la recia y monumental justiciera tomó asiento retadoramente frente al hombrón, el cual -en un ataque de incredulidad- soltó una estrenduosa y vulgar carcajada que comenzaba a llenar el salón. Pero la mujer del antifaz se la cortó en seco. Clavándole de frente sus duros y negros ojos, la ruda y bella hembra prosiguió en voz clara y alta, como para ser oída por todos: -"¡Escucha, gordo fanfarrón! A mí me llaman la 'Justiciera Escarlata'. Se nota que eres de muy lejos, ya que no has oído hablar de mí... Pues, pregúntale a cualquiera de los presentes: No sólo soy muy rápida con el revólver -dijo la chica, acariciando el Colt que descansaba sobre su exquisito muslo derecho-, sino que con los puños no hay quien me gane!!" El estupefacto silencio que reinaba en la sala convenció al forastero de que la preciosa mujer no "bluffeaba". Y fue sólo entonces cuando el montañés se percató de que el cuerpo que tenía delante suyo no solamente era provocador y curvilíneo sino también atlético y acerado. Sobre todo se fijó el hombre en los brazos de la Justiciera: No eran las frágiles y flácidas extremidades superiores de una damisela. No. Eran músculos lo que allí había. Músculos quizás no tan grandes y aparatosos como los suyos, pero sí muy fuertes sin duda alguna. Estaba el forastero ensimismado en esta reapreciación de la imponente enmascarada, cuando oyó que ésta preguntaba en son de burla y con una sonrisa en sus apetitosos labios: -"¿O es que acaso tienes miedo de medirte comigo?" El hombrón brincó de rabia en su asiento; y como sola respuesta, se arremangó la manga y puso su codo derecho sobre la mesa, con ganas infinitas de aplastar a la atrevida mujer que lo estaba retando. Esta aceptó la invitación en el acto: Serenamente, la chica se acomodó en su asiento y -de acuerdo a las reglas- agarró la mano de su fornido contrincante, apoyando a su vez el codo sobre la mesa. Todo el público presente se arrejuntó alrededor de la mesa, no saliendo aun de su asombro: Bien sabían que la Justiciera era valiente, rápida, ágil y fuerte...pero, medirse a pulso con un adversario mucho más grande y fornido que ella, a quien hasta ahora ningún hombre en el pueblo había podido dominar, eso les pareció un exceso de audacia de la linda aventurera. Entonces, quien había servido de juez en las anteriores contiendas se acercó a la mesa y, tras de ajustar la posición de los brazos de ambos contrincantes, dió la señal de partida. Inmediatamente se tensaron los músculos de los dos competidores, hombre y mujer; pero lo que llamó la atención a todos, fue que mientras los del montañés apenas se abultaban por encima de su volumen acostumbrado, los de la Justiciera se hincharon y endurecieron de manera insospechada, en tanto que su seno derecho -también hinchado- casi que reventaba la ceñidísima blusa escarlata. El forastero estaba decidido a terminar rápidamente con la contienda y en un principio creyó que así sería: A los pocos segundos de iniciada la lucha, había avanzado en varios centímetros sobre su hermosa contrincante. No obstante reconocer la fuerza inusitada de la muchacha, pensó el hombrón que imprimiéndole un último empeño a su brazo podría doblegar la resistencia del de ella. Pero no fue así. Por más que insistía, no lograba mover un milímetro el recio brazo de la enmascarada. Entonces la miró de frente. Ella estaba serena y esgrimía una sonrisita burlona en sus sensuales labios escarlata. El hombre no pudo contenerse y, curioso, desvió su mirada hacia el brazo de la mujer. Quedó impactado. Si hacía unos minutos -antes de la contienda- había apreciado con respeto los músculos de tan valiente y atrevida dama, ahora miraba con suma inquietud la musculatura súbitamente desarrollada en el brazo derecho de la chica: sobre todo el "bíceps", no sólo por su tamaño sino por lo sólido y macizo; pocas veces había visto un músculo tan recio y bien formado. Y pocas veces -quizás nunca- había experimentado el fornido montañés una resistencia tan fuerte y tenaz como la que ahora le presentara la Justiciera Escarlata. Ante la dureza y solidez de su fiera y bella contrincante, el forastero comenzó a desesperarse y luego a flaquear. La Justiciera lo notó y aprovechó el momento. Tenía que ser ahora o nunca, pues también ella estaba agotada del esfuerzo, aunque no lo manifestara como lo hacía el hombre. La recia enmascarada comenzó el contra-ataque ante la admiración de todos: Demostrándole a su adversario que ella no sólo era capaz de resistirlo sino también de imponérsele, la ruda chica del antifaz fue doblegando al hombre - respaldada con su "bíceps" asombroso por lo duro y por lo fuerte- hasta llevarle totalmente el brazo sobre la mesa. La reacción de los presentes fue inmediata: gritaron de júbilo y estaban a punto de cargar en hombros a su heroína, cuando el forastero gritó airado: -"¡No es justo! ¡Ella acaba de llegar, mientras que yo estoy agotado por los otros enfrentamientos! ¡La reto con el brazo izquierdo, que lo tengo descansado!" La ruda y curvilínea aventurera aceptó el reto en el acto, e inmediatamente se enfrascaban hombre y mujer de nuevo en la lucha, ahora con la izquierda. Pero esta vez le fue aun peor al montañés, pues en esta ocasión no pudo moverle el brazo a la preciosa gladiadora ni una milésima de milímetro! Y es que, en efecto, mientras que el hombrón usualmente ejercitaba sobre todo su brazo derecho, la Justiciera Escarlata no hacía distinción -a la hora de sus ejercicios diarios- entre los dos lados de su admirable cuerpo. De modo que, en este segundo enfrentamiento, la guapísima y monumental enmascarada sacó a relucir un "bíceps" izquierdo tan sólido y poderoso como el derecho, contra el cual nada pudo el forastero fanfarrón. El hombre sudaba y la mujer serena; el hombre cedía y la mujer avanzaba. De manera que en cuestión de menos de diez minutos -en comparación con los veinte del combate anterior- la ruda enmascarada doblegó completamente a su enemigo. El cual -ante tal humillación y agobiado por la impotencia- se paró violentamente, lanzando a la Justiciera al suelo de un fuerte y sorpresivo golpe con el borde de la mesa, a la vez que gritaba rabioso: -"¡Maldita seas, marimacha enmascarada! ¡Te destrozaré a golpes esa carita de muñeca!" Y sin más, se avalanzó sobre la sorprendida aventurera, quien si bien aun se encontraba de espaldas al piso, ya estaba preparada para la defensa y el contrataque. En efecto, el soberbio y fornido gigantón no llegó a alcanzar la linda cara de la joven, pues ésta lo detuvo certera y firmemente clavándole los tacones de sus botas en el estómago al agresor, impulsándolo por los aires con fuerza hacia atrás y derribándolo al suelo. Los instantes que siguieron fueron aprovechados rápidamente por la monumental vengadora para ponerse de pie, "cuadrarse" y enfrentarse en mejor posición a su adversario. Lleno de dolor y de rabia, el forastero se puso de pie, se acercó y le disparó un muy recio golpe a la muchacha. Pero - con una destreza y precisión inigualables- ella lo esquivó limpiamente, a la vez que le asestaba un fortísimo puñetazo al plexo solar del gigante que la agredía. Otro hombre hubiera caído ante el impacto, tan duro fue el puño aplicado por la recia y bellísima enmascarada; pero el montañés resistió, giró sobre sí mismo y embistió de nuevo sobre la curvilínea gladiadora. Ella volvió a esquivar con maestría, conectó un formidable "jab" de izquierda sobre la mejilla del hombre y le metió una zancadilla para hacerlo caer. Cuando el hombrón -furioso- se levantaba, la escultural e implacable peleadora del antifaz escarlata lo provocó diciéndole: -"Ya te dije que con los puños no hay quien me venza", a la vez que se "cuadraba" como boxeadora profesional a la espera de su adversario. Esta vez, la Justiciera no pretendió esquivar el golpe que intentó asestarle su robusto contrincante; antes más bien, ella se le adelantó con rapidez, aplicándole dos fortísimos puñetazos a la cara que hubieran noqueado al boxeador más duro. Pero el hombre no caía: sangrando copiosamente por la boca y la nariz, con dos dientes de menos -recién volados por los férreos puños de la chica-, cansado y humillado, pero seguía de pie y atacando a su preciosa adversaria. El montañés le lanzó un golpe a la hermosa y dura boxeadora, que ésta apenas logró esquivar. El hombre repitió, muy fuerte, con el otro puño. Pero esta vez la gladiadora enmascarada -su monumental cuerpo sudando del esfuerzo y haciendo aún más ceñidos el pantalón negro y la blusa roja- agarró el brazo de su atacante, lo torció sin misericordia y lanzó con fuerza al forastero contra el mostrador. Evidentemente, la pelea era desigual: La Justiciera apenas tenía un rasguño, mientras que su contrincante había sido severamente castigado por ella. Pero el hombrón insistía en embestir. Esta vez, la ruda y curvilínea muchacha lo recibió con dos demoledores puñetazos a la cara que literalmente hubieran tumbado a un toro. Y el montañés no caía... Entonces, la Justiciera Escarlata -cansada de pegar tanto golpe y de no recibir nada a cambio- decidió poner fin a la pelea. Pero el gigante -a su vez desesperado ante la agilidad, resistencia y valentía de su enemiga- se le tiró encima, lanzándole una seguidilla de puñetazos, cada uno más duro que el anterior. Aunque los golpes fueron más de quince, aunque cada uno llevaba la potencia de un búfalo desenfrenado, la preciosa, valiente y fortísima enmascarada -de apretadísimos pantalones negros y blusa sin mangas color rojo escarlata- los paró todos y cada uno de ellos con la habilidad que le era propia. Luego -ya bastante enojada- pasó ella al contra-ataque: Un recio rodillazo a los testículos del hombre, dos magníficos "uppers" a la boca del estómago y luego uno, dos, tres, cuatro puñetazos que reventaron como bombas sobre el rostro ensangrentado del gigante. Ni un dragón hubiera podido resistir puños tan recios. El forastero cayó, inconsciente, ante tan duro castigo. La Justiciera Escarlata, plena de fuerzas y de orgullo, se echó a hombros al derrotado fanfarrón -unos cien kilos o más- y atravesando las puertas del bar, lo tiró sobre el medio de la calle de tierra ante la admiración general. Luego partió altanera sobre su potro alazán, sin haber probado las apetecidas cervezas pero -dando nuevamente muestras de su fuerza y valentía- habiendo ganado una buena pelea.