LA JUSTICIERA ESCARLATA 2 Linda lindareyes127.hotmail.com Lo cortés no quita lo valiente. Una hembra despampanante tan satisfecha de su cuerpo como de sus puños. Ropas y prendas para una Justiciera.- No sólo de su valentía y decisión, de su inigualable puntería y de sus duros puños, también la Justiciera Escarlata estaba muy satisfecha y orgullosa de su espectacular físico. Era ella plenamente consciente de su enorme belleza: Se sabía bonita, pero muy bonita, con una cara casi perfecta que a veces se asemejaba a la de una inocente muñeca y otras a la de una mujer joven pero madura, sensual y dispuesta siempre a correr riesgos y enfrentar peligros. Junto con la boca, sus ojazos negros resaltaban en primer lugar, y puesto que en su papel de Justiciera ella siempre usaba el antifaz, sin que faltara un día se maquillaba los ojos en concordancia. Su boca era hermosa, de labios apetitosos y sensuales; ella se encargaba de resaltarla pintándosela siempre -varias veces por día- de un rojo fuego que combinaba de maravilla con el antifaz escarlata. Su hermosa cabellera era de un negro azuloso, larga y ondulada. Usaba el pelo casi siempre suelto, con una carrera formada naturalmente en el centro, cayéndole el cabello en forma abundante y coqueta sobre ambos hombros. En ocasiones, sin embargo, la bella y audaz aventurera usaba una cinta roja sobre el pelo, atada tras de la nuca y dejando visibles sus graciosas orejas; otras veces, cuando hacía calor, se recogía el pelo en "cola de caballo", también con cinta de terciopelo rojo. En tales casos, invariablemente usaba unos hermosos aros de plata que, en forma extraña, hacían juego con sus grandes espuelas plateadas. A veces -no siempre- portaba sombrero la valiente y exquisita mujer. Podía ser de alas cortas y negro o beige claro, según mejor combinara con la blusa y los siempre ceñidos pantalones llevados en la ocasión; o uno beige de ala ancha doblada y con vértice adelante, con cinta escarlata en la copa adornada de lisas medallas plateadas. En todos los casos, un llamativo cordón blanco y rojo asía el sombrero firmemente a su barbilla, de manera de no perderlo aún en los más rudos combates. Nunca usaba guantes, y por una razón bien sencilla: No querría la Justiciera que en una pelea amortiguaran sus duros y sólidos puños. Su cuerpo era extraordinario, y ella lo sabía: bellas y fuertes piernas, caderas amplias, un hermoso trasero de nalgas firmes y redondas, cintura estrecha; sus pechos eran bellísimos, de justas proporciones y muy firmes y erectos. Era un cuerpo casi perfecto -al que no le faltaba ni le sobraba nada- que la Justiciera cuidaba con esmero mediante intenso ejercicio diario. Pero ese cuerpazo que se gastaba la intrépida y valiente vengadora no era sólo para lucirlo, aunque ella lo hacía de buena gana; también era un cuerpo para pelear y combatir contra los más rudos enemigos y en las condiciones más duras. Por ello era un cuerpo atlético y ágil, de fuertes y flexibles músculos capaces de golpear muy duro y de resistir grandes tensiones. Pero esta musculatura en absoluto le restaba feminidad a la guapa muchacha; antes bien, le daba más porte y la hacía más atractiva y admirada. No sólo estaba ella contenta con su hermosísimo e impactante físico, sino que también le gustaba lucirlo. Por ello vestía siempre la Justiciera Escarlata una ropa muy ceñida, que marcaba maravillosamente sus espectaculares curvas. Absolutamente siempre, la brava aventurera usaba pantalones: pantalones bien pegados que mostraban fielmente sus deliciosos muslos, sus divinas caderas y su extraordinario trasero, desbocando ese curvero en una estrecha y ágil cintura; iba ésta siempre ceñida con un cinturón de cuero negro y plateada hebilla cuadrada. El cinturón canana, de cuero marrón repujado, lo portaba hábil y divinamente sobre sus amplias y redondas caderas y de él pendía una pistolera del mismo cuero, atada con destreza a su muslo derecho. Allí descansaba su mortífero y temido Colt 44 cacha de nácar, arma que junto con los recios puños de la Justiciera Escarlata, la hacían una contrincante invencible. Invariablemente, usaba la atractivísima enmascarada unas finas botas de tacón alto que, siendo del mismo material, hacían buen juego con el cinturón canana y la funda del revólver; acopladas a las botas, iban unas grandes y atractivas espuelas plateadas. También las blusas y cotas -siempre de muy buena tela- las usaba la valiente y bella gladiadora bien ceñidas al cuerpo, de manera que, ya fueran descotadas o cerradas, se percibían con nitidez unos hermosísimos senos, firmes y erectos, tanto más que la intrépida hembra no usaba "brassiere". Podría pensarse que este atrevimiento en el vestir lo utilizaba la audaz mujer para deslumbrar en el combate a sus enemigos. Nada más falso. Independientemente de que ningún hombre -pacífico o guerrero- pudiera no quedar impactado por la belleza de la escultural muchacha, ella usaba la ropa tan pegada y maquillábase tan bien con el único y muy femenino objetivo de lucir su cuerpo y mostrarse en toda su hermosura. Tan era así, que pantalones tan ceñidos -como invariablemente los usaba la Justiciera- represen-taban a veces un ligero estorbo en el combate, restándole cierta flexibilidad a su dueña; sin embargo, en su coquetería, estaba ella dispuesta a pagar este precio -al que daba poca importancia- por usar blusas y pantalones como era su gusto: bien pegados. Los colores de su ropa de alguna manera tenían que ser consistentes con su apodo de "Justiciera Escarlata"; ella lo lograba usando siempre blusa o pantalón -pero nunca ambos a la vez- de un rojo fuego, escarlata. Así, combinaba ajustados pantalones negros o "jeans" tejanos con una blusa roja; o un ceñido pantalón rojo vivo con una coqueta blusa rosada. Reforzaba el efecto visual con el antifaz escarlata y los labios siempre muy rojos; además, con frecuencia añadía alguna otra prenda del mismo color: una cinta recogiendo el pelo, o un femenino pañuelo atado al cuello. La atrevida enmascarada era muy celosa del rojo de su boca, de allí que nunca le faltara el lápiz labial; lo llevaba en un sitio muy cómodo y accesible: en el cinturón canana, al lado de esas balas que tanto orden y justicia habían impuesto. Para mantener los labios rojos, ella se los pintaba -casi inconscientemente- varias veces al día; pero sobre todo lo hacía antes de una pelea, a fin de dar la imagen de una Justiciera no sólo dura y recia, sino también sensual y muy bonita.